A través de los famosos cables de WikiLeaks se pudo conocer hace algunos meses, lo que verdaderamente piensan de Evo Morales quienes suelen adularlo en público y le dan palmaditas en la espalda. La presidente argentina Cristina Fernández dijo que su colega boliviano es un “tipo muy difícil” y se comprometió ante el Gobierno norteamericano, hacer todo lo posible por morigerarlo, término muy bonito que en realidad significa “amansar”. Algo parecido dijo el asesor personal y principal operador de la política internacional de Lula Da Silva, Marco Aurelio García, quien afirmó que la rudeza del líder cocalero estaba llevándolo a cometer gruesos errores como destruir a la oposición y creer que en Bolivia es posible llevar adelante una revolución. Él también se ofreció a interponer sus buenos oficios ante Evo, para hacerle entender el genuino interés de Estados Unidos por llevarse bien con su Gobierno, con el que no tienen nada en contra, salvo las fuertes contradicciones sobre cómo se debe enfrentar al narcotráfico.
Es probable que los norteamericanos se hayan cansado de insistir en restablecer la normalidad en las relaciones diplomáticas y sobre todo se hastiaron se hacer simples recomendaciones y observaciones sobre la situación de la coca y la cocaína en Bolivia. Ni la búsqueda de celestinos, ni los constantes llamados de atención del Departamento de Estado sobre el desborde del narcotráfico en el país o la suspensión de los beneficios de la ATPDEA, consiguieron ablandar al presidente Morales, cuyas bravuconadas se sobrepusieron a los denodados esfuerzos del canciller Choquehuanca por buscar el diálogo con la Casa Blanca, quien parece haberse dado cuenta desde un principio de las consecuencias que podía acarrear tanta tozudez.
El presidente Morales llama “chantaje” a todo esto, especialmente cuando le exigen que cumpla compromisos internacionales en materia de lucha contra las drogas. Podrá llamarlo como quiera y también podrá expulsar a Usaid y hasta el último funcionario que quede en la Embajada de Estados Unidos, pero de nada le servirá, ni siquiera para sacar a relucir una supuesta dignidad o para poner por delante la soberanía boliviana, no después del caso Sanabria, hecho que demuestra que el verdadero señorío lo están ejerciendo en el país los grandes cárteles de la cocaína.
Resulta desconsolador para la población que cree en la verdadera dignidad y soberanía, que tanto la DEA norteamericana como la policía antidrogas de Chile le hayan levantado la pollera al Gobierno de Bolivia y que sean ellos los que tengan que desnudar la putrefacción que se esconde detrás de instituciones tan importantes como la Policía Nacional. Y ya no se trata de funcionarios y entidades de primera línea, tanto de la ONU, como de Europa o Estados Unidos, los que emiten informes sobre el avance del narcotráfico en el país, sino que es la DEA, un organismo policial operativo, el que toma la palabra y se atreve, con toda propiedad, a hablar sobre la gravedad del problema, no sólo por el aumento de la producción de coca y cocaína, sino también por el desborde del consumo interno de drogas.
Es verdad que siguen las amenazas y las provocaciones públicas, pero en los hechos se observa a un ministro de Gobierno y a una Policía andando a brincos tratando de hacer limpieza, comprando equipos para combatir a los narcos y buscando que el escándalo de Sanabria no pase a mayores. ¿Habrá conseguido amansar al régimen de Evo Morales como se lo propusieron Cristina Fernández o Marco Aurelio García?
No hay comentarios:
Publicar un comentario
agradezco por toda crítica sana sin insultos ni vulgaridades, mejor si contiene ideas y sugerencias