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jueves, 16 de junio de 2011

Daniel Pasquier muestra con meridiana claridad en su "El secreto encanto de la droga" el grado de permisividad de Evo en materia de cultivos de coca que originan cocaína.

El gobierno revela que los sembradíos de coca en el Chapare han sobrepasado lo legal, y hasta lo ilegal, hasta llegar a clamar, ¡Por favor, no más coca! Nadie en su sano juicio y con un mínimo de información científica defiende hoy que “coca no es cocaína”. El narcotráfico no es una historia de aventura juvenil. Hasta la calculadora ONU ha levantado su voz. Es más que suficiente para exigir una política de largo aliento y multidisciplinaria que comprometa al gobierno y al Estado en el control de la producción de  materia prima para el narcotráfico. 

El Estado Plurinacional debe aceptar que su destino es erradicar los cultivos de coca en todas las zonas no tradicionales, que sirven al narcotráfico y no al acullico o uso tradicional en las poblaciones andinas (en el resto no tradicional se consume por vicio, adicción a la cocaína). El sacrificio implica reducir la ayuda a la economía que supone la producción y exportación de cocaína por grupos cada vez más poderosos y agresivos. El caso de México  el más elocuente, 15.000 muertos son una advertencia contundente, y que contribuyen a que en América tenga lugar el 42% de todos los homicidios por arma de fuego que se dan en el mundo. 

Leer entre líneas, con sutileza, no debemos cerrar los ojos. Con ayuda externa o sin ella, tenemos que encarar el desafío del narcotráfico, si queremos y podemos trazar y ejecutar políticas con soberanía y dignidad en territorio boliviano. Para empezar, hay que resolver, por qué nadie lo entiende, cómo hasta ahora autoridades en los máximos niveles del gobierno continúan comprometidos en el cultivo de la coca, incluyendo al viceministro responsable del ramo.

No será un pecado, pero tenemos otra vez el estigma. No son aceptables tantas vueltas al tratar el tema: hasta cuándo van a tener voz cantante en las políticas de lucha contra el narcotráfico las decisiones de los propios cocaleros, convertidos hace rato en juez y parte. Acaso la policía  convoca a las pandillas de la ciudad y a los presos por narcotráfico para pedirles opinión sobre los operativos a realizar, sería ilógico, aunque se tratara sólo de operativos en relación a una estrategia para mejorar la seguridad ciudadana.  Al considerar con extremo  cuidado el respeto a  los derechos humanos de los cocaleros, sobre todo en los trabajos de erradicación forzosa de los cultivos en zonas ilegales, se deja de lado intencionalmente o no,  el considerar con el mismo celo los derechos humanos de los drogadictos, el de sus familias y de los sectores más expuestos a la proliferación del consumo como son los niños y los adolescentes.

Es un contrasentido estar discutiendo sobre la extensión “permitida” a los cultivos,  como si fuera sinónimo de legal, cuando además esas comisiones, foros y seminarios están sujetos a la presión directa e indirecta del poder de la pichicata. Hasta cuándo el silencio casi cómplice sobre el origen y las rutas de los precursores, necesariamente movilizadores de un gran número de personas y de medios para trasladarlos desde los centros de producción hasta los lugares de su utilización; una logística digna de ser transferida a YPFB.  

Se contradice la intención política de reclamar y actuar con dignidad y soberanía cuando las fronteras muestran una permeabilidad que pone en duda su propia existencia. Los “camellos” con sus kilos a la espalda; rutas inimaginables transitadas por mulas y todo tipo de motorizado; silenciosos planeadores y ruidosas avionetas cruzan los cielos de las fronteras, además de los lujosos jets atestados de merca, adecuados para el placer y el delito; grandes aviones entran y salen de aeropuertos nacionales, sin reportarse. Sólo faltan  submarinos, porque no tenemos mar ni submarinos, pero se descubren modestas canoas, lanchas y remolcadores. Imperdonable, se confiscan vergonzosas cantidades (hasta toneladas, tn) de droga de alta pureza y no aparecen los peces gordos ni se sabe el destino de lo confiscado. De todas las imágenes posibles, la que se dibuja con más nitidez es el de la inmensa corrupción que genera el narcotráfico.

Esto nos conduce, por exclusión, a la presencia de poderes ocultos. No será uno, ni  de ojotas o descalzo, si son capaces de manejar 10 tn en cuatro meses: 60 millones de dólares en frontera, 600 cruzando el charco. ¿Y si la confiscación sólo fue un señuelo, para distraer del “bueno” rumbo a otra parte? En Vigo (España) el 2010 fue retenido un barco venezolano con mariscos y 400 tn  de cocaína. En Salta (Argentina) se habla de “la lluvia de cocaína” para referirse solo a la que en fardos se suelta sobre los campos desde avionetas provenientes de Bolivia.  

“Pensar Santa Cruz” es una convocatoria provocadora estos días. No debería esquivarse el bulto. Estamos afectados profundamente por el narcotráfico, con los cultivos y el avasallamiento hasta de El Choré y Amboró;  la economía traspasada y consiente silenciosamente, porque pasa momentos difíciles; nuestros hábitos y costumbres destrozados con “acullicadores” de cuello blanco y azul diurnos y nocturnos, que cambian hasta el horario de su siesta; la cultura cruceña afectada en sus raíces cuando niños y niñas crezcan teniendo padres y hasta algunas madres como modelo, masticando coca y defendiendo sus bondades nutritivas y para el adelgazamiento. No faltarán científicos e investigadores que vayan descubriendo que la coca reinó por estos parajes antes que el anta y el patujú. 

Todo es pura metamorfosis. Pero, es un camino sin retorno. Nos rendimos al poder del dinero proveniente del narcotráfico o decidimos combatirlo, como corresponde a un pueblo con tradición y con destino, con el derecho en la mano y reclamando con coraje la cooperación de “la otra cadena” conformada por los afectados: instituciones privadas, públicas y Estado. El desafío no admite cobardías, porque de otra manera llegará el día en que el problema toque también a la puerta de nuestros hogares y destruya todo lo que más amamos.

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