Inseguridad al desnudo

Los primeros en quejarse de la inseguridad, respecto del caso Brinks han sido los propios policías, cuyos jefes cuestionaron a la empresa de transporte de caudales, por los débiles procedimientos aplicados a la hora de trasladar una enorme cantidad de dinero como la que fue robada hace unos días en la carretera Santa Cruz-Puerto Suárez. Llama la atención el lamento, pues los guardias que custodiaban la remesa pertenecen a la institución del orden, lo que haría suponer que todos conocían la rutina de trabajo y, en consecuencia, los errores que habría que evitar en estos casos.

Un asalto como el que perpetraron aquellos avezados delincuentes ha sido planificado con suficiente antelación, lo que deja en claro que la forma de operar de la compañía en cuestión era de uso frecuente. La siguiente pregunta tiene que ver con el grado de previsión con el que actúa la policía, los controles que ejerce sobre actividades como esta, pues no se trata solo de proteger los bienes de particulares, sino de evitar que la debilidad de las prácticas de seguridad sean la carnada ideal de bandas delincuenciales extranjeras que llegan a Bolivia precisamente porque no nos tomamos en serio estos temas.

El atractivo de los criminales es mayor todavía, cuando se comprueba que las fronteras nacionales siguen desprotegidas y permeables a la penetración de elementos de alta peligrosidad que no encuentran resistencia en nuestro territorio. La prensa ha mostrado cómo en el límite con Brasil, donde se registraba el rastrillaje de los asaltantes del camión de Brinks, había un cuartel con apenas cuatro soldados rasos mal armados y pésimamente comunicados, únicos responsables de salvaguardar esos lejanos parajes que se hallan a merced de los delincuentes.

Otro de los aspectos que ha quedado expuesto con este violento episodio ha sido justamente la presencia de integrantes de cárteles internacionales de la droga, en este caso dos comandos que controlan el narcotráfico en Brasil ampliamente reconocidos por sus altos niveles de belicosidad. Es de dominio público que los mafiosos brasileños usan armamento militar y en varias ocasiones se ha divulgado que su mayor fuente de aprovisionamiento de pertrechos está en Bolivia.

El Gobierno boliviano ha tenido que desplegar un amplio contingente de tropas de la Policía, el Ejército y de otras agencias de seguridad y pese a ello no ha sido capaz de atrapar a la célula delincuencial que dispone no solo de armas de alto poder, sino también tecnología, logística y una red de información que ha provocado serios dolores de cabeza a nuestras fuerzas. Eso deja una tarea muy fuerte por desarrollar en la profesionalización de los cuadros responsables de la seguridad en el país, que todavía manifiestan debilidad, pese a que en los últimos años se ha gastado enormes cantidades de dinero para reforzarlas. Es posible que el dinero destinado haya sido invertido de forma errónea aunque es lícito pensar que todo el gasto en seguridad se hubiera dirigido al control político, una de las prioridades más significativas del régimen.

El atractivo de los criminales es mayor todavía, cuando se comprueba que las fronteras nacionales siguen desprotegidas y permeables a la penetración de elementos de alta peligrosidad que no encuentran resistencia en nuestro territorio.