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miércoles, 20 de julio de 2011

Grito lastimero y potente que lanza Los Tiempos sobre la extensión del crimen de la droga que va cercando al pueblo boliviano y le ataca desde diversos frentes. Oígamos su voz!


La calamidad que nos acecha no hace distinciones geográficas, políticas o ideológicas, por lo que hace falta actuar con similar amplitud
Una serie de noticias que a primera vista podrían parecer ajenas entre sí por haberse originado en muy distintos lugares y en circunstancias diversas, pueden sin embargo ser vistas como manifestaciones de un mismo fenómeno. Es que todas ellas tienen en común la inocultable huella del narcotráfico y de las poderosas organizaciones criminales que se desarrollan a su alrededor.
Dos de las noticias a las que nos referimos tuvieron lugar en nuestro país y las otras muy lejos de nuestras fronteras. Nos referimos por una parte a sendos intentos de homicidio cometidos casi simultáneamente en Santa Cruz y Pando contra un conocido abogado defensor de personas acusadas de tener vínculos con el narcotráfico y contra una fiscal de distrito. Y por otra, al asesinato del que fue víctima el muy conocido trovador argentino Facundo Cabral en una calle céntrica de Guatemala y al desmantelamiento en España de más de una red criminal vinculada al tráfico de cocaína y al lavado de dinero.
Como es evidente, lo que permite relacionar todas esas noticias es que tienen un origen común. Tras todas ellas están las organizaciones criminales vinculadas al tráfico de drogas y el alarde de poder que da el más lucrativo de los negocios del mundo actual.
En el caso del asesinato de Facundo Cabral, lo que se pone en evidencia es que no hay actividad que esté libre de la contaminación del narcotráfico y sus secuelas. Independientemente de que el asesinato del artista haya sido fortuito o no, lo cierto es que sus vínculos con un empresario a la vez comprometido con actividades como el lavado de dinero muestran cuán difusos pueden llegar a ser los límites entre lo lícito y lo ilícito cuando de por medio está el dinero sucio. La muerte de Cabral enseña que ni el arte, ni la cultura, ni la más acrisolada calidad humana pueden sentirse fuera de peligro cuando una sociedad pierde sus defensas éticas y morales.
Los operativos realizados durante los últimos días en España, en los que se desbarataron muy poderosas redes comercializadoras de cocaína proveniente de Colombia y de Bolivia a través de Argentina, confirman por su parte la dimensión transnacional de un negocio que trasciende fronteras geográficas, culturales e ideológicas. Las enormes sumas de dinero incautadas, las huellas de multimillonarias inversiones hechas en rubros tan diversos como el negocio inmobiliario o automotriz, y las crecientes sospechas de que tales actividades suelen contar con la complicidad de autoridades de muchos países, son algunos de los elementos que dan cuenta de la magnitud y extensión de las redes tejidas alrededor de la cocaína.
Más cerca de nosotros, los dos asesinatos fallidos no pueden ser vistos sino como una más de las muchas pruebas de lo cerca que estamos de sufrir –si no estamos sufriendo ya— las funestas consecuencias de una guerra, la de las drogas, que se libra en todos los escenarios de la sociedad destruyendo lo que sus protagonistas encuentran a su paso.
Se trata, como lo enseña la dramática experiencia mexicana y su secuela de males que se extiende por toda Centroamérica, de una calamidad que no hace distinciones políticas, sociales ni ideológicas. Afecta y destruye a todos por igual, lo que obliga a que los esfuerzos necesarios para afrontar el peligro sean de amplitud similar. Actuar de otro modo sólo puede traer dramáticas consecuencias.

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