Todos protestan por la secuela de problemas que está provocando el narcotráfico en nuestra apesadumbrada Patria. Ni cabe mencionar el drama vivido desde largo aunque ahondado en las últimas semanas al punto que otra vez la Iglesia Católica por boca de su vocero principal lanzó la alarma “estamos siendo penetrados por el narcotráfico y el daño que va causando en la familia boliviana es ya intolerable”, luego al sucederse la serie de hechos de sangre en Santa Cruz, Pando, Cochabamba los medios han dejado oír sus protestas, en verdad nunca las había oído tan airadas, vigorosas, contundentes, una reacción positiva que no puede caer en el vacío.
Por diversos factores pocos son los que señalan que la madre de este trágica problemática está en la mayor producción de hojas de coca. Ya no quepa duda, la producida en El Chapare está siendo utilizada para fabricar cocaína. La confirmación la encontramos en bien documentado trabajo de Carlos Valverde. En los mercados de la coca se expende “la yungueña” para el acullico mientras que “la chapareña” va casi en su total producción a la fabricación de la cocaína.
Sendos editoriales de Los Tiempos, El Deber, La Prensa, El Día para mencionar los diarios de mayor circulación y respetabilidad están clamando por un sinceramiento de parte de la Administración Nacional que se ha expresado tibiamente: exigimos respeto al cato de coca. Lo que no es de ninguna manera suficiente. Ese famoso y controvertido “cato” está provocando lo que ya algunos articulistas han mencionado como “la colombianización” de Bolivia y peor aún “la mexicanización” para aludir a la ola de violencia, de crimen y dolor y angustia generadas en ambas regiones debido a la disputa de los cárteles mafiosos por territorio, por confrontación con los opuestos al tráfico abierto de la droga.
Convengamos entonces que disminuir ostensiblemente la producción de la hoja haría desaparecer parte del problema. Que un control más técnico y adecuado con la participación de Brasil, Argentina, Estados Unidos, Chile lograría desalentar a los narcos que disponen de gente, de armas, de medios de transporte, de cierta protección policial y legal (pese a los aparentes esfuerzos de policías y fiscales para descubrirlos) para desarrollar sus planes asesinos, a plena luz del día, en sitios céntricos y concurridos como cuando un sicario estuvo a punto de matar a un abogado a las puertas del edificio judicial de la capital oriental.
Angustia colectiva e inseguridad provoca la ola de violencia, lo que influye en el desarrollo normal de actividades de nuestra comunidad con las secuelas inmediatas que afectan a la producción, a la vida familiar, al incremento turístico, por tanto menor inversión y mayor ausentismo laboral. “La coca se ha tomado al MAS” frase ilustrativa de cómo los cárteles de Cali y Medellín han copado Bolivia, a pesar de las reticentes negativas del Ministro Llorenty, y si es cierto que la mafia boliviana ha quedado empequeñecida de los 30 que encabezados por Roberto Suárez (el Rey) había revelado el clásico Narcotráfico y Política en 1982 en que figuraron García Meza, Arce Gómez, Waldo Bernal, Hugo Echeverría, Ariel Coca, Rudy Landívar, Jorge Lara para nombrar a los principales. O sea el problema no es ciertamente sólo de Evo Morales, se arrastra desde 1986 y lo que era tema estudiado e identificado en 1992 cuando Federico Aguiló entregó su informe “Narcotráfico y Violencia” está hoy superamplificado por la aparición del cartel boliviano que domina los mercados de entrada y salida de la droga y el de los precursores principales el ácido clorhídrico, el éter y la acetona .
Con la asunción del MAS se pensó que el tema sería superado, la concesión de permisos para sembrar coca reducida a un “cato” y establecido el control social que teóricamente debería limitar la producción se tiene que las plantaciones se han extendido muy por encima de lo pactado y que además del cato, los cocaleros han penetrado territorios vedados a la coca, reservas y parques nacionales y están produciendo a su arbitrio. Desaparecidos los estadounidenses del escenario de la coca, lógicamente no debería haber conflicto, pero éste persiste, y tampoco hay paz cuya búsqueda ayer como hoy preocupa a la Iglesia porque la cara de la violencia tiene un rostro multifacético que asoma otra vez. Al limitar la producción de la coca, y endurecer el control policial con la cooperación internacional, se estarán dando pasos seguros para detener la espiral de la violencia que gira sin cesar.
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