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domingo, 27 de octubre de 2013

Franceso Zarratti, sin pelos en la lengua muestra que Apolo sirve para comprobar esa imperecedera unión entre narcos y cocaleros. estos últimos prefieren enfrentar a Evo, al Estado, a la Policía con tal de conservar su fuente de producción de la hoja que se transforma en droga.

Los trágicos sucesos de Apolo, en los cuales perdieron la vida por lo menos cuatro compatriotas, representan para el Gobierno de Evo Morales un punto de no retorno. Por más esfuerzos que se hagan, por más propaganda que le metan, por más voceadores que la amplifiquen, la relación del Gobierno con la coca ya no va a ser la misma.
Hasta ahora hemos vivido y caminado en medio de una borrosa neblina: “coca no es cocaína; los cocaleros nada tienen que ver con el narcotráfico; erradiquen sus narices; las hectáreas cultivadas disminuyen; sin la DEA nos va mejor”; y tantas medias verdades más. Pero al mismo tiempo, hemos soslayado verdades enteras: la coca excedentaria, y no sólo aquella, se desvía al narcotráfico simple y llanamente porque se gana más; la del Chapare, y no sólo aquella, es excedentaria; el Presidente del Estado Plurinacional, desoyendo varios pedidos, sigue siendo el Presidente de los cocaleros chapareños (por más que ahora le moleste que se lo recuerden, como sucedió en CNN) y que otras autoridades del Estado estén ahí representando a ese gremio que vive hoy de las rentas, libres de impuestos, de sus ambiguas luchas pasadas.
Los sucesos de Apolo han traído a la luz otra media verdad de la propaganda del MAS: la erradicación concertada y sin muertos. A toda vista se trata de un oxímoron, una contradicción  de términos: nadie acepta pasivamente que le quiten la fuente de sus (jugosos) ingresos a cambio de nada. A menos que se trate de una pantomima; erradico acá y cultivo más allá, en el Tipnis inclusive. La resistencia ayer era con machetes y cazabobos (y hubo víctimas que muchos prefieren olvidar), hoy es con máuseres y carabinas.
Resulta demasiado fácil echar la culpa de esa tragedia a los narcos peruanos. Sin excluir su presencia en esa región, quien sabe mezclados con la narcoguerrilla de Sendero Luminoso y las FARC, resulta difícil creer que el narcotráfico se “rebaje” a defender unos cocales y deje abandonadas a sus megafábricas sin disparar un tiro.
Mientras tanto, siguen y suman en el Gobierno los escándalos vinculados al circuito coca-cocaína, hay retrasos incomprensibles en emprender políticas de Estado al respecto y se le acaba el tiempo al actual gobierno de seguir jugando al avestruz. La criminalidad violenta y despiadada, especialmente en Santa Cruz, es otro síntoma de una enfermedad que avanza sin controles. A su vez, la proliferación de fábricas de cocaína, en los sitios más remotos, con la protección de la propia población rural, es una alteración genética de la vida social y los valores ancestrales. En el trasfondo está el dinero fácil, el enriquecimiento inmediato, como si eso resolviera los interrogantes e inquietudes de la condición humana. ¿No es acaso ésa la peor colonización? ¿De qué descolonización se llenan la boca los jerarcas de proceso de cambio?
Ha llegado el momento de emprender una lucha frontal, civil y moral de toda la población, sus instituciones vitales y las personas de bien de nuestro país en contra de ese cáncer que nace en los cocales excedentarios, se introduce reptando en la sociedad y las conciencias, y termina en los cementerios de todo el mundo, incluyendo los nuestros.
Ha llegado el momento de que el presidente Evo lidere sin rodeos esa lucha y haga un gesto simbólico que le devuelva la libertad de acción y de discurso que ahora no tiene.
Ha llegado el momento de que el presidente Evo deje la presidencia de las Seis Federaciones del Trópico de Cochabamba para combatir sin complejos ni condicionamientos el flagelo nacional de la cadena coca-cocaína.

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