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miércoles, 24 de agosto de 2011

apela a la memoria de conversaciones con su padre Guido Ferrufino y nos presenta historias en torno a la coca, "la otra coca" que no es "la maldita" destinada a la cocaína, sino al acullico legendario

Hablaba ayer con mi padre, tratando siempre de recolectar memorias de un mundo que se va con su generación, tan rico para comprender nuestro presente y olvidado con negligencia por los jóvenes. Las distracciones modernas son tantas que casi no hay tiempo para mirar atrás, pero de qué modo entender fenómenos como Evo Morales & Cia. sin indagar en el pasado.

Nuestra conversación versó sobre los yungas de Arepucho, en la región de Totora, a raíz de cierta mención mía de los de Vandiola, Tiraque. En tal monte, el de Arepucho, se escondió Francisco Javier de Aguilera, gobernador de Santa Cruz, vencedor y ejecutor de los héroes Manuel Ascencio Padilla e Ignacio Warnes en las batallas de La Laguna y El Pari respectivamente, de donde salió hacia Vallegrande en 1828 para ser derrotado y fusilado.

Recordamos también que Arepucho hace de escenario en la primera novela de Augusto Guzmán: La sima fecunda (1933), donde su personaje leía a José Eustacio Rivera y a Pierre Loti entre la maraña del machuyunga, mientras buscaba en la aventura y la introspección respuestas al futuro patrio.

En septiembre del 2006, Evo Morales, Quintana, a modo de congraciarse con la embajada norteamericana en cuanto a la erradicación de cocales, lanzaron una ofensiva contra aquellos del yunga en Vandiola, cuna, según los expertos, de las plantaciones más antiguas de coca del continente, con antecedentes que llegan hasta Huayna Capac y Tupac Yupanqui, con mitimaes yamparas trasladados para el cuidado de la hoja del Inca. Estructura –como toda la existente- que aprovecharon los españoles para continuar lucrando del productivo negocio.

Morales, obviando la cháchara ambientalista e indigenal –lo sigue haciendo-, se enfrascó en la destrucción de la herencia histórico-cultural de la coca en Vandiola, con ayuda de helicópteros venezolanos, arrasando frondas de árboles de escasa producción de hoja ya, altos hasta de 5 metros y diámetro de tronco de alrededor de 10 centímetros. Hablamos de bosques de coca, no de arbustos, que se dice contaban con 200 años de existencia. Ataque artero, añadido al asesinato de dos comuneros y dudosas acusaciones de narcotráfico, en contra de un patrimonio boliviano y continental. No era coca que iba al narco, sino de acullico, que del trópico de Arani, Tiraque, Totora, Pocona y Pojo, salía desde antaño hacia las regiones mineras y el consumo local a lomo de mula o en hombros, a Epizana y Totora, por las herraduras de Monte Puncu y Sehuencas; hoja que fundó fortunas en tiempos de la república oligárquica y reportó buenos ingresos al erario cochabambino mediante su impuesto.

En 1975, mi primo Gonzalo Ferrufino me propuso un viaje a pie desde Tiraque, atravesando Vandiola, hasta Villa Tunari. Nunca lo hicimos. Deseábamos recorrer el territorio que nuestros antepasados, su abuelo y mi abuelo, aparte de tíos y demás parientes, habían cruzado en actividades de rescate de coca a principios del 900, o, como Cecilio Ferrufino y sus hijos Rómulo y Armando, en la aduana de la coca de Santa Rosa, en pleno corazón del yunga. Hoy sería un viaje suicida. Lástima, porque si pensamos en el potencial turístico de ese vértice que forma la primera sección de la provincia Tiraque hasta Sinahota (ya perdida) al norte, o echándose a oriente hacia Arepucho, u occidente rumbo a Paracti y Locotal, nos daríamos cuenta de cuánto desdeñamos. Ingresos menores al de la droga, cierto, pero sin secuela exterminadora.

He llamado a la coca “hoja maldita”, apoyado en ello por no menos que Ernesto Guevara, dada su funesta utilización como medio de explotación y dominio en la Colonia, y su rol actual, pero reconozco que, ya inevitable el pasado, la tradición milenaria (inexistente en el Chapare) del cultivo en las cabezas de monte de los valles cochabambinos debe considerarse patrimonio histórico inviolable. Tal vez sea tarde; ya cortaron con sierra las troncas de mamacoca y machucoca que nos ligaban al pasado.

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