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domingo, 21 de octubre de 2012

Susana Seleme reitera una y otra vez que la zona se ha convertido en el reino del cultivo de coca para cocaína, sus dirigentes actúan como "reyezuelos" en la ilegalidad. lo peor de todo es que el Jefe del Estado actúa como presidente de los cocaleros aun cuando EM suele decir "de modo simbólico". El Chapare se está convirtiendo en un emporio de inversiones, incluído "un aeropuerto internacional". tierras agotadas buscan expandir al TIPNIS ante la voluntad opuesta de los indígenas. un cuadro preocupante.


Es obvio que esa región –entre subtropical y tropical húmeda- en el departamento de Cochabamba, con vasta riqueza de fauna y flora, y una de las zonas más lluviosas del país, no tiene origen real ni estirpe monárquica.
Sin embargo, allí reinan el cultivo de la hoja de coca, materia prima de la cocaína y los campesinos cocaleros. Ellos cultivan el arbusto de coca y están afiliados a las 6 Federaciones de Cocaleros del Trópico de Cochabamba. Son sus reyezuelos y el primer eslabón de la ilegal cadena productiva de la droga.
Una de las tantas incongruencias del espinoso binomio coca-cocaína, radica en que hace 17 años quien preside esa poderosa Federación es nada más y nada menos que el también presidente de Bolivia Evo Morales Ayma, desde hace 7 años. Él mismo posee al menos un cato de coca -1600 m2- y tiene en sus afiliados cocaleros su mayor base de sustentación política, bautizados como ‘movimiento social’ en apoyo al ‘proceso de cambio’.
Al mando del hoy doble presidente Morales, aquella Federación se ha convertido en violento grupo de choque y ejerce presiones por sus intereses corporativistas, al servicio del autócrata y de ellos mismos. Sus características pequeñoburguesas los impelen a poseer más de un ‘cato’ de coca por familia, e ignoran olímpicamente la ley, que no lo permite.
Mucha tela para cortar en este tema que tiene connotaciones económicas, socioculturales, étnico-indígenas, políticas, geopolíticas. La demanda de cocaleros y colonizadores –en los hechos invasores de parques naturales para ampliar la frontera agrícola de la hoja de coca- ha hecho del reino del Chapare una zona privilegiada en inversiones estatales.
Ahí estará una planta de urea y amoníaco, ubicada a cientos de kilómetros de la frontera con Brasil, su mercado seguro, afirma el gobierno, pero nada funcional dada la distancia, cuando pudo instalarla en un lugar de más fácil acceso. Tendrá un aeropuerto internacional en la zona de Chimoré, donde también se cultivan frutas tropicales –otrora centro de la ya desechada política de desarrollo alternativo frente a la coca- y próxima a las zonas de su cultivo. Si ya hay un aeropuerto internacional muy cerca, en la ciudad de Cochabamba, y otro también cercano, en Santa Cruz de la Sierra, ¿para qué otro?
También hay empresas estatales lácteas, otras de cartón y papel, a fondo perdido porque no generan ni empleos productivos, ni retorno de la inversión. Y como colofón, aunque es el punto más sensible, Morales construirá “sí o sí” la depredadora carretera que destruirá el Territorio Indígena Parque Nacional Isiboro-Sécure (TIPNIS) santuario de esa reserva natural, además hábitat inmemorial de los pueblos indígenas yuracaré, mojeño y chimán.
Esa malhadada carretera fue una promesa electoral de Morales a sus afiliados cocaleros, convertidos hoy en empresarios constructores y tendrán a su cargo una parte de la carretera de marras. El gobierno de las Plurificciones firmó con ellos sin licitación alguna un contrato que viabiliza la construcción desde Villa Tunari a Isinuta, tramo inicial del proyecto que atraviesa por medio del TIPNIS, sin importar la destrucción del Parque ni sus habitantes.
Desde el punto de vista de los colonizadores, según informes de prensa, los beneficios que traerá la construcción de esta carretera son evidentes: el fluido tráfico de vehículos y personas se tornará más fácil, y el flujo de mercaderías será mayor, como también la posibilidad de llegar a nuevos sitios. “Este camino harto va a ayudar. Por ahí al fondo hay lindos terrenos”, dice Julio Montaño Claros, Secretario de Justicia de Isinuta. Acota, sin embargo, que con la construcción de esta carretera está comenzando la delincuencia y nadie afín al gobierno, ni sus ejecutivos y operadores, menciona la VIII y la IX marchas de los pueblos indígenas en defensa del TIPNIS.
La frontera agrícola de la hoja de coca
Su expansión surge por la demanda del mercado de drogas, su millonario negocio y también porque las tierras del Chapare están agotadas. El arbusto de coca absorbe todos los nutrientes y, desde su poder político corporativo, los cocaleros exigen nuevas. Entonces se les franquea la invasión a parques naturales en todo el país, y hoy están asentados y consolidados en el Polígono 7, dentro del TIPNIS, que abarca las provincias Mojos y Marbán, en el departamento del Beni y Chapare de Cochabamba.
El crecimiento de la ilícita economía política de la cocaína, cuya materia prima está en el reino del Chapare, ha tenido un crecimiento desmesurado en los últimos seis años del doble presidente Morales. De 12 mil hectáreas ‘legales’ para el masticado o ‘acullico’ –sin que nadie sepa cuántos son los acullicadores reales- se incrementó a 32/35 mil, y actualmente rondan las 27 mil hectáreas, según la oficina del control de drogas de Naciones Unidas en Bolivia. Expertos afirman que esta cifra no tomó en cuenta las plantaciones excedentarias en el interior del TIPNIS y otros parques.
La hoja nada sagrada del Chapare no es apta para el consumo humano, de ahí que toda la coca cosechada en ese lugar va a la elaboración de droga, incluida la del cato del hoy doble mandatario. Los mismos cocaleros afirman que solo 95% va a la producción de cocaína. ¿Qué harán con el 5% restante?
Desde ese reino, la coca se expande a la vecina Santa Cruz, donde también se cultiva, y elabora como pasta y clorhidrato. Se la introduce luego a Brasil, vía contrabando, corrupción y el crimen organizado, para consumo interno o para continuar rumbo a Europa y otras latitudes.
Ahí se genera la dimensión geopolítica de la economía política de la cocaína, no en vano en Estados Unidos en estrecha coordinación con Brasil, obligaron a Bolivia -muy a regañadientes- a firmar un acuerdo tripartito. Merced a él, miles de militares y varios aviones no tripulados vigilan la amplia frontera entre los dos países. El objetivo es la lucha conjunta contra el flagelo para evitar el flujo de cocaína a Brasil y así controlar a las mafias del narcotráfico, dado que ahí se celebrará el próximo mundial de football 2014 y las Olimpiadas en 2016.
Sin embargo, cada vez que la conflictividad crece por intereses corporativos, los mineros, u otros cualquiera, Morales arremete contra Estados Unidos y califica las relaciones con ese país en términos escatológicos. El ministro de la presidencia, Juan Ramón Quintana, planteó la revisión del acuerdo marco suscrito en noviembre de 2011 con Estados Unidos ya que ese país mantiene “una guerra permanente al proceso de cambio que impulsa el gobierno”. Si el gobierno de Morales revisara ese acuerdo, pondría en entredicho el acuerdo trilateral entre Brasil, Bolivia y Estados Unidos, sin duda alguna.
No obstante, en medio de la incontinencia verbal, siempre confusa y profusa sobre el tema coca-cocaína, insistiré que el narcotráfico es resultado de la cadena de producción, distribución, circulación, intercambio y consumo capitalista de la droga. Que hay que combatir a los narcos y a las mafias ¡claro que sí! sin olvidar que el origen de toda esa cadena productiva son los cultivos de la hoja de coca, materia prima de la cocaína. Combatir el narcotráfico y dejar de lado el reino del Chapare y otras áreas de cultivo de coca excedentaria, es hacerse de la vista gorda. Es un atentado al combate al crimen organizado y a los principios de la no violencia en calles, escuelas hogares, países y regiones.
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