Crece la violencia criminal, el narcotráfico, el comercio ilegal de armas, la trata de blancas y de menores y, en fin, todo lo que degrada la moral pública. Se lamenta la inoperancia de las instituciones públicas, de los cuerpos policiales y de las cortes de justicia y predomina la desalentadora sensación de que ya no hay nada que hacer: la violencia y el crimen –se afirma– son producto de la perversidad congénita del género humano.
Pero, como en todo, hay una excepción: Islandia, un pequeño país insular ubicado en el norte de Europa que cuenta con una Policía fundada en 1778 y que acaba de enfrentar una situación insólita para sus ciudadanos. Un desequilibrado disparó con un fusil de caza desde su departamento en la capital. La Policía intentó en vano establecer contacto con él y luego lanzó granadas de gas para tratar de reducirlo. Esto no funcionó y el individuo disparó nuevamente. El equipo policial logró entrar en la vivienda y fue recibido a balazos que impactaron en el casco de un agente y en el chaleco de otro. Los policías respondieron con armas de fuego y el hombre murió más tarde en el hospital. “La Policía lamenta este incidente y presentó sus condolencias a su familia”, dijo el responsable policial: una declaración impensable en otros países.
La Policía había matado por primera vez, y lo hizo cuando no hubo otra opción. Pero, ¿cómo es que Islandia tiene este récord de solo una persona abatida por la Policía en más de dos siglos?
Para lograrlo ha cumplido condiciones ineludibles: sus gobiernos se sujetan escrupulosamente a los principios de la democracia representativa y respetan la libertad política y económica. Como producto del trabajo de sus islandeses, se tiene la capacidad de proveer asistencia sanitaria universal y educación superior gratuita. Sus servidores públicos no cayeron en la corrupción, cualquiera que sea su modalidad, pues se sabe que la honestidad no se limita a cuidar los recursos públicos, ya que es tan corrupto el funcionario que se enriquece con el dinero del Estado como el que miente y socava la libertad y usa la fuerza pública para prevalecer en el intento de eternizarse en el poder. Por todo esto, en 2009 Islandia fue calificada por el PNUD como uno de los países de mayor desarrollo humano del mundo.
La paradoja: un hecho desgraciado resalta el mérito de un país admirable. Mientras tanto, aquí estamos lejos de lo logrado por la pequeña Islandia, pero su ejemplo hace renacer la convicción de que el género humano sí es redimible
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